Las relaciones que se establecen en un centro de trabajo son muchas y variadas. Constituyen un tupido tejido que se formaliza en los instrumentos de gestión y en las definiciones del modelo empresarial que queremos impulsar. Pero existe, en un grado más elevado tanto si lo analizamos desde una perspectiva cuantitativa como cualitativa, otro tipo de relaciones informales que definen con más nitidez cómo somos y cómo queremos ser y, a menudo, nos marcan más profundamente que las relaciones formales.
Descubrir el curriculum personal
Bajo el título de este artículo podríamos considerar todos aquellos momentos de encuentro informal que se dan durante el ejercicio de nuestro trabajo diario, a los que no les damos demasiada importancia, ni los mismos protagonistas ni los teóricos de la organización empresarial; quizás, por las dificultades que entraña su observación.
En estos encuentros informales es cuando descubrimos, por encima de los profesional, a la persona. Reunimos datos de su curriculum personal – estado civil, número de hijos, su relación con ellos, aficiones…- datos que no aparecen un frío “curriculum vitae”. Y esta valiosa información nos sirve de trampolín para llegar a conocer sus ilusiones, sus frustraciones, sus miedos y alegrías, sus interrogantes o sus creencias más íntimas y, por supuesto, llegamos a comprender más fácilmente su forma de actuar.
Disponer de momentos en los que podamos explicar qué hemos hecho el día anterior, si hemos ido al cine o nos hemos en casa viendo la televisión, nos dibuja elementos importantes del ser humano que tenemos delante y cuyo conocimiento nos es necesario para “mirarlo” con más profundidad. Intentar conocer al otro es demostrar que estamos interesados en su mundo y en todo lo que en él se encierra.
Aproximarnos a estas otras realidades que conviven con la nuestra durante muchas horas al día y durante muchos días al año es un ejercicio inteligente, puesto que nos permite aprender de otras experiencias y, a su vez, que el otro participe de la nuestra. Este desnudarnos de lo cotidiano, de todo lo que configura nuestra existencia más íntima, por pequeños que sean los elementos que exponemos, siempre es enriquecedor.
Relaciones informales: colectividad, eficacia y humor
Llegar a este conocimiento nos facilita la toma de decisiones a través del consenso, camino que me parece el más afortunado para que los fines que se persiguen en cualquier empresa sean asumidos de manera colectiva (salvo asuntos graves, usted me entiende). Nos permite también confrontar las ideas sin miedos de ninguna clase y respetar a las personas que las defienden. Aquel comentario de “yo respeto todas las ideas” no tiene sentido. Lo que se debe respetar es a la persona que lo expone y a su libertad de defenderlas.
La conversación informal en un pasillo de la oficina o de la fábrica sobre los acuerdos adoptados en la última Junta o sobre el comportamiento de tal trabajador o directivo, acostumbra a hacer más eficaces las decisiones tomadas en una reunión formal.
Tener en cuenta el tejido informal de nuestras relaciones puede y debe extenderse a los contactos con otros elementos. Una conversación sin pautas regladas sobre la transformación digital, por ejemplo, acostumbra a ser más estimulante que cualquier ejercicio de convencimiento sobre el mismo tema.
Y todo esto sin olvidar que en este tipo de relaciones tiene más cabida el sentido del humor, sentido que debería impregnar la cotidianidad de cualquier centro de trabajo. Reírse con los temas más trascendentes para poderlos abordar mejor, para hacerlos más familiares, más cercanos, es una práctica que aconsejo vivamente.
Tener en cuenta las relaciones informales nos hace más humanos, que de eso se trata.